Hemos llegado al Tanatorio…
Estamos perdidos, inciertos, confusos, incrédulos ante la muerte.
Nos ha alcanzado de lleno, aunque lo esperábamos…
La puerta se ha cerrado para siempre y no hay llave que abra esa puerta. La muerte siempre nos sorprende cuando nos hiere tan de cerca…
– Con la mirada perdida te veo entrar por la puerta con preguntas en los ojos, la boca apretada, ligero, con los brazos abiertos, silencioso y me abrazas fuertemente, con verdad. Me dejo envolver por ti y, con ese abrazo sincero, te transmito mi desconsuelo y mi aflicción. Me alivia y reconforta tu presencia…
Desde que te ví llegar es como si te viera de otra manera. Como si te viera, por primera vez, desde una posición diferente. Como si hubiera pasado un mundo y nos hubiera ubicado a todos en otra situación. Me falta algo, nos falta alguien, estamos más solos, más huérfanos..
– ¿No sientes esta situación como inédita, amigo?
– ¿Acaso no nos miramos todos un poco como extraños?
Como si nos encontrásemos en otro escenario de la Vida. Uno de los personajes de la obra, no sé si protagonista o secundario, se ha marchado. Y debemos seguir viviendo y actuando.
– Tal vez debamos rellenar el papel que jugaba en nuestras vidas (¡qué imposible, Dios mío, sustituir lo irrepetible y exclusivo!).
Míralo, ahí está, “de cuerpo presente”, la boca sellada, ojos cerrados, sereno, impasible, tal vez observándonos desde el otro lado, enviándonos un último abrazo de adiós y agradecimiento.
Gracias por venir querido amigo. Por arroparme. Hace mucho frío en los sentimientos cuando la Vida nos desnuda de los afectos más íntimos… gracias…
– MG.