Debemos repensar los Tanatorios como lugares de encuentro capaces de dar sentido profundo a un Espacio-Tiempo insólito, exclusivo y único, capaz de generar una toma real de conciencia y asistir al misterioso trance de la pérdida (desde ese momento definitiva) de la Vida de un Ser que ha formado parte muchas vidas.
Y tal trance asistimos heridos, mutilados, perplejos, desorientados. Necesitamos abrazar a los amigos que allí nos encuentran rotos, necesitamos calmar el dolor en su amistad, necesitamos sentir su comprensión y su calor; en tal lance de la Vida es muy posible que el hijo, el padre o el cónyuge estén en estado de schok porque la muerte ha hecho su aparición de modo brusco, brutal y despiadado.
Pensando en ese situación extrema que eventualmente puede producirse debemos diseñar y preparar los Tanatorios del mañana.
Porque sí, acogemos físicamente las sacudidas de la Vida a través de la muerte, su última e inevitable expresión.
Deberíamos ser conscientes de que los Tanatorios no pueden ser simples edificios divididos en estancias neutras e indiferentes, convencional justificación mercantil, sino aspirar a intuir un horizonte mas intangible que por su propia naturaleza justifique su existencia y seduzca el usuario.
Por ello, se deberían crear espacios expresivos capaces de acoger y albergar escenarios de sencilla solemnidad donde pueda discurrir con sencillez la imponente y cotidiana lucha por la Vida, sin florituras, sin distracciones, facilitando que la transparencia de su aire y la ingenuidad de sus líneas faciliten una natural reflexión –siquiera inadvertida- sobre el misterio que allí se representa: el tránsito de la Vida, la fugacidad del Tiempo.
Se debe primar que los materiales, las formas, la luz y los colores creen un ambiente de sosiego y serenidad, de luminosidad diáfana, de amabilidad y delicadeza propuestas con sinceridad, la misma sinceridad con que los humanos se consuelan en el abrazo amigo o el beso de aprecio.
Sería conveniente vaciar las Salas Velatorio de convencionalismos huecos y dotarlas de sentido y expresión.
Sería preciso llenarlas de un aire expectante y grato, acogedor y agradecido, de mano tendida y abrazo sincero. Un lugar donde las lágrimas derramadas no se sientan aprisionadas por el silencio o la soledad de las paredes o aturdidas por el barullo humano, sino posibilitadas de fluir mansamente –según qué momentos- en libertad, eligiendo o “perdiéndose” en alguno de los discretos rincones que se le ofrecen…
– MG.